Don
Jorge Toro Beretta, Rector del Instituto Nacional
Don
Raúl Blin Necochea, ViceRector del Instituto Nacional
Doña
Carolina Toha Morales, Alcaldesa de la comuna de Santiago
Padres, apoderados, amigos y compañeros
Autoridades Varias y Vagas
Tengan todos ustedes, muy buenos días.
Antes de comenzar a leer estas líneas, con motivo de la Licenciatura
de los Cuartos medios 2012, mi generación, me gustaría pedir perdón.
Perdón a quienes después de revisar un discurso que yo envíe semanas
atras, me autorizaron y dieron la oportunidad de leerlo aquí frente a
ustedes. Disculpas porque las páginas que hoy leeré, son distintas a las
de ese borrador. De otra forma no me hubieran dejado hacer este
discurso. Disculpas y espero puedan entenderme.
Cuando me embarqué en la tarea de hacer un discurso con motivo
de la Licenciatura, me encontraba con más dudas que certezas. ¿Qué
digo? ¿Cómo, en cinco minutos, resumir mi paso por este colegio?
¿Cómo, en un discurso, intentar plasmar siquiera en su uno por ciento,
la gama de sentimientos que poseo hacía El Nacional? ¿Cómo redactar
algo, lo suficientemente digno para tan importante día?
En primera instancia, intenté hacer algo similar a los
discursos que he escuchado, como presidente de curso, cada diez de
agosto, en las ceremonias de aniversario del colegio. Hacer un breve
repaso de la historia del colegio. Mi idea era empezar diciendo que el
Instituto Nacional fue fundado como una obra del gobierno de José Miguel
Carrera en 1813, tras la fusión de las casas de estudio del periodo
colonial. Luego, tras la ofensiva de la Corona española por recuperar
sus posesiones en América, e identificando al Instituto Nacional como un
símbolo de la soberanía y la lucha por la emancipación, deciden
clausurarlo. Bernardo O’higgins, cinco años después, con la
Independencia ya asegurada, lo reabre para seguir funcionando, sin interrupción, hasta nuestros días.
También pensé recordar que han sido Institutanos, 18 presidentes de
la República de Chile. Entre los que destacan nombre como Pedro Aguirre
Cerda, José Manuel Balmaceda y, el poco mencionado en los discursos,
Salvador Allende.
Pero no. Hoy no vengo a repetir ni recordarles lo que ya todos
sabemos. (Para más información leer el artículo del Instituto Nacional
en Wikipedia, muy interesante) Ni tampoco vengo a hablar en
representación de todos ustedes, ni siquiera represento, como presidente
de curso, la voz de mis compañeros. Cosa que no quita, que puedan hacer
suyas estas palabras. Así como en la televisión, advierto: Las
opiniones vertidas en este discurso no representan necesariamente el
sentir de mi curso, familia, amigos ni colegio. Este discurso me
represente a mí y solo a mí. Yo soy su único responsable.
Hoy, vengo hablar de aquello que todos como Institutanos callamos. De
aquello que la historia oficial prefiere olvidar y dejarlo fuera de lo
público. De aquello de lo cual todos somos culpables: las autoridades
por ocultarlo bajo el manto de la tradición o el amor a la insignia, los
Institutanos fanáticos que avalan y defienden irracionalmente conductas
que rozan en lo enfermizo y los Institutanos que reconociendo la
enfermedad, no hacemos nada al respecto: ni irnos del colegio, ni
intentar cambiar algo.
Cuando entré en séptimo básico y me dijeron que el gran Instituto
Nacional llevaba 193 años de vida, saqué la cuenta y pensé que si no
repetía ningún año saldría para el aniversario 199. Un año antes del
famoso Bicentenario. Hace 6 años me dio tristeza e incluso, un poco en
broma un poco en serio, pensé que sería una buena opción repetir para
ser parte de la “Generación Bicentenario”. Hoy, con la perspectiva que
el tiempo me ha dado, considero como un símbolo de mi paso por este
colegio el salir un año antes de la Gran Fiesta: nunca me he sentido lo
suficientemente Institutano como para soportar un año entero de
chovinismo Institutano. Incluso, fue uno de los argumentos a favor
cuando decidí pasar de curso el año pasado, el no estar aquí para el
bicentenario. ¿Por qué?
Recuerdo claramente el segundo día de clases del 2007, cuando llegó
una profesora, y nos empezó a contar la historia de este colegio, además
de decir que del Instituto Nacional han salido 18 Honorables
Presidentes De La República, nos comentó que también habían salido de
esta institución importantes forjadores de la patria, que cuando nos
pasaran Historia de Chile en segundo medio sabríamos. Sin embargo, luego
de que en el preuniversitario me pasaran Historia de Chile (en el
colegio no la vi más de un mes), reconozco que la profesora obvió el
contarnos varios detalles.
Detalles como que entre los 18 presidentes de Chile, no son pocos los
que tienen las manos manchadas con sangre de este pueblo. A modo de
ejemplo, Institutano fue Pedro Montt Montt, presidente de Chile que dio
la orden de asesinar a 3.500 salitreros en el Norte Grande, conocida
actualmente como la mayor matanza en la historia de nuestro país
(después de los 17 años de dictadura, claro) hablo de La Matanza de la
Escuela de Santa María de Iquique. También a mi profesora se le olvidó
mencionar que Institutano fue Germán Riesco Errázuriz, presidente de la
República en el periodo del auge de la “Cuestión Social” destacando la
matanza a raíz de la Huelga de la Carne, la cual dejó un saldo de más de
300 muertos en las calles del centro de Santiago. Previamente, destacan
dos tristes hechos en la historia de Chile en que Institutanos también
han sido actores principales. Fue un Institutano Manuel Bulnes Prieto,
quien sofocó la Revolución Liberal de la Sociedad de la Igualdad,
causando decenas de bajas. Fue Institutano también, Anibal Pinto,
presidente de Chile, quien nos condujo a una absurda guerra contra
nuestros hermanos peruanos y bolivianos por intereses oligarcas. Esta
guerra, la Guerra del Pacífico, causó 3 mil bajas en Chile y más de 10
mil bajas en los países vecinos.
Diego Portales también fue Institutano. Para todo el que sepa un poco
de historia, cualquier aproximación resultaría vaga en tratar de
explicar las obras de él. Prohibió, so pena de cárcel, el participar en
chinganas. Instauró una nueva forma de castigo para los “criminales
peligrosos”, azotes públicos. Conocida es su frase: “Palos y
bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son los específicos
con los que se cura cualquier pueblo, por arraigadas que sean sus malas
costumbres.”.
Pero, para terminar con este breve, recorrido histórico por la
“Historia no contada” de los ilustres Institutanos, quisiera concluir
con un deseo: El próximo año hay elecciones presidenciales. Ojalá el
número de presidentes Institutanos no crezca hasta los 19. Me daría
vergüenza que Laurence Golborne, un Institutano que hasta hace 3 años
era Gerente General de Cencosud, (a saber: Jumbo, Paris, Santa Isabel,
Costanera Center, entre otros) consorcio que paga $4.072 de patente al
año, fuera presidente de Chile.
Más allá de la falsa historia que nos han intentado vender del
Instituto, el principal problema que reconozco además funciona como
parte básica, casi como un pilar que sostiene todo este aparataje
institucional: los mitos y tradiciones.
Recuerdo cuando mi curso de séptimo básico conoció por boca de un
profesor, una famosa frase que terminó dando vueltas por la cabeza de
todos mis compañeros: “Errar es humano pero no Institutano” sin tener
estudios algunos de pedagogía, ni pretender hacer un análisis
psicológico de la educación, me parece que la pregunta cae de cajón: ¿A
qué clase de profesor se le puede pasar por la cabeza decirle eso a
niños de 12 años? ¿Por qué intentar separar al Instituano del humano
común y corriente? ¿Tan inteligentes somos? Luego de vivir 6 años con
esa frase, ¿Cómo se le explica a alguien que obtuvo 500 puntos
ponderados en la PSU? Y que salió con un NEM y un Ranking por debajo de
la media nacional.
Desde el primer día que pisé este colegio, sentí como todos los
dardos y las acciones van dirigidas a un solo objetivo: el éxito. El
éxito no como un instrumento para un fin mayor y más noble (la
felicidad, por ejemplo). Sino como la meta final de la vida. Un éxito
aparente eso sí, un éxito centrado sólo en lo económico: ser puntaje
nacional, estudiar una carrera tradicional, casarse, escalar lo más alto
posible en la empresa, comprarse una camioneta para pegarle la insignia
del instituto en el parabrisas. Como dirían los Fabulosos Cadillacs:
“En la escuela nos enseñan a memorizar: fecha de batallas pero que poco
nos enseñan de amor”. Amor a lo que hacemos, amor al prójimo, amor a la
clase o incluso a la humanidad. No, nada de eso. Sólo buenos puntajes
para el día de mañana comprarse la camioneta 4×4.
Frases como esas son las que forman el carácter del general del
alumno Institutano: petulante, soberbio, chovinista y exitista.
Personalmente, no es ningún orgullo ser el colegio más odiado de los
“emblemáticos” (y no me trago el cuento que nos decían los profesores
que es porque somos los más inteligentes o los con mejores pololas) es
porque de una u otra manera de verdad creemos que nosotros no nos
equivocamos: porque somos Institutanos.
En este colegio desde que entramos, se nos ha inculcado el valor de
la competencia y la discriminación. Las evaluaciones tienen que ser
individuales. Para que así, la satisfacción del que se sacó un siete,
sea personal. De él solo. Sin embargo en la vida: ¿Qué actividad se
puede desempeñar solo? Ninguna. Nos educan en una burbuja idílica.
Cuando miro hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en este
colegio? Si todos hemos sido testigos de horrorosas frases estilo:
“corran como hombres, no como maricones” “asuman sus consecuencias como
machitos” “al colegio se viene solamente a estudiar” o “dejen la
población en la casa” ¿Son acaso estas frases las que corresponden a un
colegio que se jacta de estar forjado sobre los valores de la
ilustración? No lo creo. Apropósito de los mismo, yo personalmente no he
sido testigo, y tengo la impresión que es una conducta que va en
retirada, pero hasta hace sólo un par de años, era común ver a un
respetado y sacralizado profesor de este colegio, echando alumnos de la
sala por negro. O suspendiendo aleatoriamente (Hacía formarse a un curso
y decía: un, dos, tres: suspendido. Un, dos, tres: suspendido) sólo
para demostrar su hipotético poder en este colegio. Ahora bien, de lo
que sí he sido testigo, es de tratos abiertamente homofóbicos por parte
de profesores hacia compañeros homosexuales: “Este colegio por gente
como ustedes está como está, váyanse” y, en la misma línea he sido
testigo de de profesores pegándole a compañeros (no combos ni patadas,
pero sí empujones)
Estas son algunas de las cosas que hacen que yo no pueda sentirme
orgulloso, como me han dicho que tengo que estarlo, de portar esta
insignia. No podría sentirme orgulloso de ir en un colegio que la sola
idea implica discriminación. Si la educación en Chile fuera buena en
todos los establecimientos educacionales ¿Qué motivo habría para la
existencia del Instituto Nacional? Ninguna. Si mi antiguo colegio me
hubiese ofrecido la misma calidad de enseñanza que el nacional, yo no me
hubiera cambiado. Pero me cambié porque no la ofrecía. Entonces, ¿Cómo
sentirme orgulloso de haber dejado a 40 ex compañeros pateando piedras
en mi ex colegio, para yo venir y “salvarme” de no patear –tantas-
piedras? La sola idea suena aberrante.
No puedo dejar de mencionar lo sorprendente que fue para mí ver en la
página del preuniversitario Pedro de Valdivia (de los mismos dueños de
la Universidad Pedro de Valdivia, la cual tiene preso a su ex rector por
el escándalo de las acreditaciones) un aviso que decía que habían
firmado un convenio con el Instituto Nacional. El símbolo del lucro en
la educación firmando un convenio con el símbolo de la educación
pública. Es así como el CEPAIN lleva a la práctica sus comunicados “¿a
favor de la educación pública? ¿Quién los autorizó para usar el nombre
del colegio, a quién le preguntaron?” Patético.
Para concluir esta katarsis contenida por 6 años, me gustaría
compartir con ustedes dos anécdotas que me ocurrieron este año en el
colegio.
Corrían los primeros meses del año, cuando equis profesor preguntó en
voz alta a todo mi curso: ¿Quién de aquí sabe qué es la comisión Valech
o el informe Rettig? Ninguna mano se levantó. Nadie de un cuarto medio
humanista del “Mejor colegio de Chile” lo sabía.
Y la segunda, casi en la misma línea: El 11 de Septiembre del año que
se va, cayó martes. Día en el cual me tocaba por asignatura Historia
electivo e Historia Común. En mi interior, cuando me dirigía al colegio
pensé que por lo particular de la fecha, y por ser un curso Humanista
usaríamos esas 3 horas para discutir respecto al tema. Craso error.
Parece que era más importante las Batallas Napoleónicas en historia
común y la Ley de oferta y demanda en historia electivo que las bombas
de ruido que se escuchaban explotar en el colegio a esas horas de la
mañana. Comentando con unos compañeros en el recreo la situación,
recordamos que nunca, en los 6 años que llevamos en el colegio nos
pasaron el Golpe de Estado (donde, paradójicamente, murió un Presidente
Instituano). Es decir, haciendo el experimento que yo sólo sepa lo que
me han pasado en el colegio y nada más, no sabría quién fue Augusto
Pinochet en la historia de Chile. Repito: Cuarto medio humanista en el
mejor colegio de Chile.
Ahora bien (aquí viene la parte emotiva) no podría ser tan hipócrita
de sólo quedarme en la crítica. Digo hipócrita porque yo postulé al
nacional porque quise y me quedé aquí también porque quise. Y es porque
dentro de todo lo yermo aun existen pequeños oasis fértiles. Profesores
en los que se puede confiar una palabra más allá de la materia oficial,
profesores que entienden la educación más que como un “motor de asenso
social” y que conciben al colegio más que como un preuniversitario de 6
años. Profesores de materias “no-psu” que luchan día a día contra el
sistema para darle dignidad a su ramo. Y creo que lo logran, sus ramos
son los más dignos de todos. Pedro Lemebel, un escritor chileno en una
crónica rememorando sus años en el Liceo Manuel Barros Borgoño lo
describe mejor que yo, cito: “Pero rescato de ese liceo, las clases
progresistas que me enseñaron política, filosofía, literatura, poesía y
otras lecturas más allá del horroroso Quijote en papel de biblia que
después me lo fumé entero”. No daré nombres, pues sé como funcionan las
cosas en este colegio y no quiero que vinculen a ningún profesor con
este discurso, pero estoy seguro que ellos saben quiénes son.
Paradocentes que muchas veces te alegran el día con sus saludos y su
disponibilidad desinteresada y casi religiosa para ayudarte. Los tíos
auxiliares que a las 7.30 de la mañana cuando llegas a la sala y están
sólo ellos barriéndola son tu primer “Buenos Días”, tías del Kiosko que
nos prestaban microondas cuando a mitad de año dejaron de funcionar los
del casino, y en general toda la gente que te conoce por tu nombre y no
por tu apellido o número de lista, a todos ellos: gracias, infinitas
gracias y espero no se dejen avasallar, porque sepan que tienen todo en
contra.
Sin más que palabras de agradecimiento para, como dije anteriormente,
lo fértil dentro de lo yermo, palabras de disculpas a los que me dieron
la oportunidad de leer un discurso, palabras de desprecio para quienes
hacen de este colegio un preuniversitario de 6 años deshumanizador, les
digo a ustedes, compañeros de generación: éxito, pero éxito de verdad,
del que incluye felicidad y crecimiento personal.
Y espero que con estas palabras no haya herido su orgullo
Institutano, si fuera así, cumpliría mi deseo: “Sólo espero que el día
de mi licenciatura, me reciban con gritos de odio”.
Compañeros, hoy, se acabaron los 12 juegos. Muchas gracias
Benjamín Gonzalez, Presidente del 4to F Humanista del Instituto Nacional