¿Para qué nos sirve la burocracia universitaria?
Humberto Muñoz García
En las universidades públicas se dieron cambios, desde hace más de una década, orientados a mejorar los procesos administrativos para impulsar el desempeño académico. La burocratización significó, de acuerdo con varias corrientes sociológicas, la expansión de las esferas de actividad y poder de la burocracia, en su propio interés o en el de alguna de sus élites.
Con este proceso, en las universidades se hicieron modificaciones a los mandos, que estuvieron asociadas a la redistribución del poder. La burocracia se consolidó con una nueva oleada de estratificación en su estructura. La organización burocrática que emergió con la planeación estratégica y la evaluación se supone que estaría en condiciones de hacer arreglos, formales e informales, para que las decisiones pudieran procesarse con mayor agilidad y las acciones tuvieran mayor efectividad.
Las políticas de educación federales han puesto el acento en la eficacia, la eficiencia, la productividad y la pertinencia. Vinieron acompañadas con instrumentos administrativos adaptados a las exigencias de los contenidos de tales políticas. Han tratado de influir sobre los gobiernos universitarios para que trabajen con mayor calidad. Pero no han conseguido que se vuelvan competentes para entender qué es la academia y prestarle servicios que le permitan desarrollarse.
Los rectorados de las universidades públicas han tratado de estar a la altura de las demandas que les han formulado las políticas federales. Sin embargo, a los ojos de los académicos siguen sien-do de una calidad dudosa. Los gobiernos universitarios han tenido que transitar por la gestación de un aparato administrativo con demasiado peso político en las instituciones. Este peso se deja sentir sobre los académicos. Y se deja sentir a través de los administradores inferiores, que son con quienes tratamos los académicos.
En la organización jerárquica están al mando de los superiores. Con estos últimos no hay canales de comunicación. Los funcionarios dictan políticas, dan instrucciones, y los administrativos las ejecutan. Se aplican las órdenes independientemente de lo que signifiquen para los académicos. Hay un problema de comprensión al que se suma la inoperancia de los cuerpos colegiados, que en la organización burocrática tienden a ser desplazados.
En las universidades públicas han surgido tensiones porque varios sectores de la burocracia han desarrollado intereses propios. Al hacerlo han colocado a los académicos en una posición subordinada, cuya actividad está sujeta a la administrativa. Así, la burocracia ha venido convirtiéndose en un factor que obstaculiza los esfuerzos de las comunidades académicas por salir adelante y cumplir sus funciones.
La burocracia se ha aprovechado y le ha ido pasando al académico tareas que no le corresponden hacer. En las palabras de un administrador, "a nosotros nos toca repartir dinero y recursos; a ustedes (los académicos) les toca hacer los trámites y gestionar sus cosas. Así lo indican los cursos de calidad que nos han dado". Tal declaración lleva a una pregunta: ¿para qué nos sirve la burocracia si cada académico tiene que forjar su propio destino en la institución?
Ha habido un desplazamiento de la autoridad académica en la toma de decisiones para el desarrollo institucional. El cuadro administrativo se ha formado por arreglos entre grupos de interés, de tal suerte que hay funcionarios que son designados no con base en su autoridad académica, sino por criterios políticos. Estos funcionarios generan actitudes contrarias a la academia para mantener sus puestos. El cuadro administrativo-burocrático busca su propia independencia y su autonomía en relación con los académicos. Se distingue social y políticamente de la comunidad. Tiene símbolos de estatus y privilegios económicos que no tienen los académicos.
La representación estadística del cuadro burocrático en la comunidad universitaria es tal que bien vale la pena saber cuánto cuesta la administración central y las locales y analizar si se puede racionalizar el gasto administrativo. En épocas de escasez sería aconsejable recortar los gastos de la burocracia antes que recortar el financiamiento a los proyectos docentes o de investigación, por ejemplo.
Los académicos, a quienes nos gusta pensar la universidad, nos preguntamos continuamente por la factibilidad de subvertir las actividades de la burocracia; desburocratizar en el sentido de minimizar la autonomía de la administración y sujetarla para que sirva a los programas académicos. Necesitamos hacer los cambios que sean necesarios para que la academia sea el centro de la vida universitaria. A nosotros los profesores e investigadores nos toca hablar y organizarnos para tal fin. Transformar el orden institucional para tener rectorados que merezcan nuestra plena confianza.
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