Educación superior: ¿hojas de tamal?
Manuel Gil Antón (publicado en El Universal)
Eusebio decidió mejorar la calidad de sus tamales. El negocio andaba mal. Para incrementar las ventas había que cambiar a los proveedores de los insumos, asegurar la higiene en la preparación, retomar la buena hechura y pagar por ello. Incrementar la variedad de estilos, cambiar el mobiliario, supervisar la atención al público y la forma de envolverlos. Inversión fuerte. Enterado de sus cuitas, un amigo le sugirió dejar el camino y coger la vereda: “no te compliques la vida. Son tiempos en que lo que importa es el empaque, lo que se ve. ¿Qué es lo más barato del asunto? Pues las hojas del tamal. Hazlos igual: dar el gatazo, que se vean mejor es lo que importa”. Sin recordar que lo barato sale caro, consiguió hojas de tamal con nuevo diseño, minimalista. Parecían importadas. La clientela regresó atraída por la novedad, e incluso se mantuvo un tiempo, pues el envoltorio, renovado, otorgaba estatus a la tamalería y a los que en ella compraban. Duró poco el éxito. Sin haber modificado lo sustancial, la apariencia mostró su rostro: hojarasca. Algo así ha ocurrido con la educación superior pública en México desde hace 20 años. Por la crisis de los años 80, quedó maltrecha. Basta un dato: los sueldos de los académicos se desplomaron 60% en términos reales. Urgía una reforma de fondo y la inversión no sólo en recursos, sino en ideas y programas serios fue considerada por las autoridades muy cara, arriesgada, inútil y lenta en comparación con la vereda, siempre atractiva, de tener frutos, visibles y lucidores, al corto plazo. ¿Cómo hacer para que las universidades mejoren? Rápido y en gerundio: multiplicando al vapor los grados académicos de los maestros; haciendo que se dediquen a la investigación (¿a la publicación?) y no sólo a la docencia en las licenciaturas; produciendo posgrados a granel y generando un sistema de incentivos económicos muy atractivo para los que, libremente por supuesto, aceptaran ser “evaluados” en relación a lo mismo: la tenencia simple de los grados; la cantidad de artículos (peipers) por hora producidos; la indiferencia por la enseñanza, dado que por un artículo se otorgan 10 veces más unidades positivas en la evaluación que por impartir un curso, y la celeridad en formar doctores “haiga sido como haiga sido”. Profecía asegurada; si “evaluar” consiste en cotejar si se cumple con lo que es condición para recibir hasta 120% más que el salario, seguro se logra el cambio. “…caprichos tiene la sed”. En 15 años se multiplicó por 10 la proporción de doctores entre los maestros de tiempo completo, las bodegas universitarias están repletas de revistas y libros elaborados para que les echen un ojo los evaluadores, dado que los lectores, pichicatos, no dan estímulos. La docencia se ha descuidado (hacerla bien lleva tiempo y no costea) ante el riesgo de perder el dinero extra por falta de tiempo para redactar otra vez lo mismo de preferencia en inglés, y se reproducen los doctores sin control natal alguno, pues si el doctor, doctora doctores, y rápido, es signo inequívoco de ser buen doctor: ergo, más monedas y prestigio. Además, las universidades que tengan muchos profesores con doctorado y publicaciones, y generen a toda velocidad más productores futuros de lo mismo, reciben fondos adicionales para que lo sigan haciendo. El sistema es circular y se valora a sí mismo. El procedimiento seguido transformó, en dos décadas, a las instituciones. La fotografía de los perfiles formativos de su personal académico entre 1990 y 2010 es incomparable: pasamos de una universidad de profesores a la actual, ahíta de doctores que hace muy poco no lo eran. Poderoso caballero es don dinero. Ser o parecer es indistinguible: el asunto es, por ejemplo, ostentar el grado, no lo que se hace con él en relación a los alumnos, el saber o los colegas. Eran medios para mejorar y se convirtieron en fines. En este relato he cargado la tinta a lo negro. Hay espacios, y no pocos, ajenos a la simulación señalada, pero en la mayoría de los casos conocidos ocurre tal cual o ha lugar a duda fundada. La pregunta es ineludible: ¿invertimos en hojas de tamal? Si ha sido así, mal negocio: compramos pesos a tostones y eso, a la larga, es lo más caro.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
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