Se acabó la huelga en la Universidad
Rafael Cano Franco
Con una votación abrumadora, mil 118 contra 181, en favor de que la huelga de la Universidad de Sonora llegara a su fin, el Sindicato de Trabajadores Académicos (STAUS) deberá retirar este jueves las banderas y reabrir las puertas para que la Máxima Casa de Estudios cumpla con su función sustantiva: brindar educación de calidad a miles de jóvenes que desean regresar a las aulas.
El que se levante la huelga es importante, pero es de resaltar que fue totalmente inútil porque el STAUS no logró ni un peso más del ofrecimiento que desde antes del estallamiento le hacía la autoridad universitaria, representada por el rector Heriberto Grijalva Monteverde.
Más allá de lo que puedan decir los maestros –los buenos y los malos–, la huelga llevó al hartazgo social y me queda claro que la opinión pública siempre se volcó en contra del movimiento huelguístico; la afectación en las clases y en la economía de los padres de familia, que realizan enormes sacrificios para mandar a sus hijos a cursar una carrera universitaria, siempre se expresó en contra del STAUS y de sus demandas, porque la constante es que el sindicalismo universitario no otorga lo que pide: solidaridad social.
Desde antes que estallara la huelga, el Rector fue muy claro en la postura que asumiría la autoridad: no es cuestión de diálogo, sino de presupuesto. Hay que decirlo que se mantuvo firme en esa postura y eso habla de que más allá de considerarlo un “Gordito Bonachón”, salió a relucir el carácter para soportar la presión y no ceder un ápice a las demandas exageradas que planteaba el STAUS.
Por supuesto que Grijalva Monteverde no estuvo solo, siempre recibió el apoyo del Gobierno del Estado, a través del secretario de Gobierno, Roberto Romero López y del Secretario del Trabajo, Gildardo Monge, así como de Edmundo Briseño, subsecretario de Gobierno.
Debo resaltar que la postura exhibida por Rectoría siempre contó con el respaldo de la sociedad y me queda la impresión que los dos sindicatos universitarios deberán replantear sus estrategias de lucha, porque se demostró el hartazgo de la sociedad, la principal afectada, por estas medidas radicales que se han convertido en práctica común y cuyo único fin es el de lograr beneficios para los grupúsculos que controlan los líderes sindicales y que una vez más volvió a ser evidente.
En este sentido también debe ponderarse el mensaje que el propio Gobierno del Estado mandó, en el sentido de que no va a permitir esta clase de chantajes, así sea pagando los costos político-electorales que puedan tener.
Y que se den por bien servidos cuando, de milagro, lograron que les pagaran los salarios caídos. ¿Irán a pagar las clases perdidas?
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