martes, octubre 12

¿Qué va de entonces a hoy, querida Universidad de Sonora?

Por Carlos Moncada Ochoa publicada el día 2010-10-11

¿Qué va de aquellos tus 8 años de entonces, querida Universidad de Sonora, a los 68 que cumples hoy? De aquellos 8 que tenías cuando tú y yo nos conocimos, el 25 de agosto de 1950…, ¿te acuerdas?

Los pasillos y las aulas del edificio principal estaban solos. Dos secretarias (Clementina, ¡qué belleza!) iban y venían alrededor del escritorio de Chalío Moreno. Día de inscripción. Cien Pesos de matrícula por todo el año, Cinco por concepto de inscripción y Uno por la credencial. ¿Cuántos alumnos había detrás de mí mientras examinaban mi certificado de secundaria? ¡Ninguno! Nadie imaginaba las colas de pocos años después, mucho menos los mecanismos cibernéticos con que hoy se han eliminado.

Tú eras entonces, amada Universidad, como una adolescente fina y suave. El edificio principal, la Secundaria a un lado, el local donde hoy está la imprenta y los almacenes. Eso era todo. Había dos canchas de básquet y volibol, un llano enorme para jugar beisbol y soft y la alberca. ¿Y más allá, más allá? Supongo que cachoras, porque la avenida Reforma no existía aún. Había hierbas que devoraban el caballo del profesor Adalberto Sotelo y algunas vacas que venían quién sabe de dónde.

Como la Normal era parte de la institución, había alrededor docenas de lindas muchachas. Me quedé admirado viendo a una rubita de ojos verdes. “Es la reina”, me dijeron. Aída Mendoza. Lo había sido antes Delfina Maldonado. Beatriz Eugenio Montijo había entrado a la Preparatoria y sería reina también.

¡Universidad de Sonora! Se nos llenaba la boca y el corazón con tu nombre. Pocos maestros tenían título de licenciatura (el ingeniero Luis Gómez del Campo, el químico Gonzalo Díaz Karey, el doctor José Jiménez Cervantes, el licenciado Ricardo Valenzuela Galindo); la mayoría se apoyaba en estudios normalistas. Pero no faltaban nunca, daban los 50 minutos de clase y no dejaban pregunta de los estudiantes sin contestar. ¡Qué grandes fueron Luis López Alvarez, Rafael V. Meneses, Aureliano Corral, Ernesto López Riesgo, Amadeo Hernández, Ernesto Salazar, el Güero Castro!

En momentos de ocio íbamos a leer periódicos a la hemeroteca de la Biblioteca y Museo, atravesando la plaza que no se llamaba aún Emiliana de Zubeldía, en la planta baja. Había que mover las sillas con cuidado para no hacer ruido y dejar los periódicos en su lugar. La disciplina impuesta por don David López Molina no admitía réplica.

El auditorio de la Biblioteca fue el primero que conocimos la gran mayoría de los estudiantes. No había otro en el resto del Estado. Y las interpretaciones de la banda dirigida por el mayor Isauro Sánchez Pérez, las primeras versiones de Verdi y Rossini que entraron a nuestros oídos.

Pronto dejaste aquellos aires de adolescente y entraste a la madurez; creciste, vinieron a ocupar los puestos de aquellos profesores legendarios maestros certificados, experimentados, algunos cargados ya de laureles. De Universidad madura saltaste a dama augusta y reflexiva, profunda y sabia, aunque con la misma belleza que no se marchitará jamás.

Ya no puedo felicitarte con el desparpajo de antes, cuando tenías menos años; debo conducirme con solemne seriedad al ofrecerte mis parabienes por tu sexagésimo octavo aniversario, seleccionar con cuidado las palabras...

Pero…, ¿es simple figuración mía o de veras te has sonreído con la traviesa expresión de entonces?

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