jueves, diciembre 1

SNI: luz y sombra


Sergio Aguayo Quezada
A la memoria de Nepomuceno Moreno, otra víctima de autoridades omisas.
En la academia también se hostiga y castiga a los rivales pero ya existen mecanismos para defenderse.
El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) fue creado en 1984 para "reconocer la labor de las personas dedicadas a producir conocimiento científico"; ser investigador del SNI da prestigio e ingresos adicionales. La institución presume de "criterios confiables y válidos" en sus métodos de evaluación y de Comisiones integradas por "pares". Es cierto que se reconoce a colegas que producen conocimientos con honestidad y rigor, pero también se golpean adversarios y se favorecen aliados, pese a lo dicho por el SNI. En sus reglamentos y prácticas existen resquicios y huecos que permiten la floración de las filias y las fobias. Con cierta frecuencia se conocen denuncias sobre presuntas injusticias y en las tertulias del medio a veces se habla de estas prácticas. Añado aquí una experiencia bien documentada.
En mis 34 años de académico como profesor-investigador de El Colegio de México he cosechado afectos e inquinas. Creo que una parte de estas últimas se originan en mi decisión de salirme de la Torre de Marfil; desde hace mucho opino y me involucro en los asuntos del momento. En México se tolera mal a los intelectuales públicos, una especie incómoda pero aceptada en otras culturas.
En 1996 padecí las consecuencias de que una colega se irritara con el contenido de una columna publicada en Reforma. Me bajaron de nivel y cuando intenté defenderme me encontré con que el Reglamento no tenía mecanismo de apelación, lo cual violaba la garantía del debido proceso garantizado por la Constitución. Recurrí a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que, después de estudiar el caso, recomendó al SNI establecer instancias para atender inconformidades. Así lo hizo y logré que me regresaran al nivel perdido.
En 2010 sucedió lo mismo: me degradaron de la categoría III a la II. Apelé, presenté evidencia y meses después una Comisión Revisora me regresó el galón. En la academia los susurros viajan a la velocidad del sonido. Hubo quienes me contaron que en el golpe que me asestaron influyó el encono de un colega con el cual he cultivado con particular esmero un historial de agravios mutuos. Según estas versiones, la enemistad manifiesta no le impidió juzgarme con lo que incurrió en un conflicto de interés, un término poco incorporado en nuestra cotidianidad. También supe que la misma Comisión había favorecido a otros colegas lo que hacía posible un hipotético tráfico de influencias (me das tu voto para ayudar a éste y yo te doy el mío para fregar al otro).
Las filtraciones me pusieron en un dilema: ¿averiguar lo que había pasado o retirarme con mi orgullo hojalateado? Opté por lo primero porque estoy convencido de que el cambio vendrá en la medida en que defendamos día a día nuestros derechos. Lo gratamente positivo fue constatar que sí existen mecanismos para enfrentar y corregir posibles agravios. Aunque me llevó un año, la intervención del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos me permitió obtener evidencia sobre las luces y las sombras del SNI. No me dieron los nombres de los evaluadores pero demostré que me juzgaron con rigor extremo y que a una colega le dieron trato de privilegio. Fui discriminado.
Con esa evidencia presenté hace unos días una queja a la Junta de Honor del SNI (texto y anexos disponibles en www.sergioaguayo.org). En ella pido que se haga una investigación exhaustiva sobre posibles violaciones al Reglamento y que se establezcan responsabilidades. También le solicito que averigüe qué tan frecuentes son los hostigamientos o los mimos, en otras palabras: ¿es una corrupción anecdótica o sistémica? Finalmente, planteo la necesidad de que el Reglamento del SNI se enriquezca incluyendo el "conflicto de interés" y el "tráfico de influencias". Para evitar el burocrático carpetazo presentaré una petición ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y posiblemente ante la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación.
El SNI es una institución útil para la academia mexicana pero al igual que otras dependencias tiene fallas que pueden corregirse porque existen mecanismos para combatir y limitar los abusos. Ya veremos si el SNI quiere y puede corregir las sombras que manchan su historial. Ya cumplí con señalarlas.
LA MISCELÁNEA
Crecen los asesinatos y las amenazas e intimidaciones contra quienes defienden algún derecho. La prestigiada organización Greenpeace recibió una carta bomba en sus oficinas de la Ciudad de México. Mientras los auténticos están indefensos, los simuladores son protegidos por un Estado que entrega al inútil Partido Verde Ecologista de México carretadas de dinero y cargos. ¡Y luego se sorprenden por la indignación!
Colaboraron Delia Sánchez del Ángel y Luz Ramírez González.
Pongo a su disposición para comentarios, mi página de internet:
www.sergioaguayo.org
30 de noviembre 2011
Diario Reforma

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