jueves, octubre 22

Rosendo y la Donación de Órganos

Por Jesús Noriega / Dossier Politico

Dia de publicación: 2009-10-22

La de Rosendo Eliseo Arrayales Terán, conocido por todos como Rosendo Arrayales, es la historia de otro idealista que deambula calles en Cajeme. Es el mismo cuento del soñador que a fuerza de tesón termina por enarbolar en solitario causas de genuino y legítimo interés social.

Es abogado. Toda su vida estudió en escuelas públicas y se hizo de la profesión con el esfuerzo personal y el respaldo amoroso de doña Felipa Terán Quintero, su señora madre. Su vida ha sido lucha contante por la superación y por los afanes de proteger a los suyos, o por la inevitable vocación de abrazar las causas que posean alcances sociales.

No tiene carro propio. Viaja desde siempre en transporte público; primero dijo que evita usar automóviles, luego afirmó que no desea perder el contacto directo con la gente; al final, aceptó que no tiene auto. Encuentro partes verdaderas en cada uno de sus argumentos, y no es cosa menor contarlo, porque recorre diariamente dos veces la ciudad de extremo a extremo.

Me llamó, me citó y me dijo: “el día 22 de octubre se cumplen 46 años del primer trasplante en México”. No podía ocultarlo, rebosaba contenturas porque tiene motivos personales para que la conmemoración no pase desapercibida.

Es genuino en sus actos, ni hay ganas ni tiene necesidad de tomar poses: llega corriendo a la cita, hace tres minutos estaba frente al micrófono de La Poderosa pidiendo apoyo de la sociedad cajemense para construir la Décima Marcha y de mandar a las ondas hertzianas  el reclamo de justicia a favor de los niños muertos trágicamente en la Guardería ABC.

Muy orondo aparece, parte plaza con su esposa Luz del Carmen Encinas Gastélum tomada de la mano, y con el otro brazo carga a su inquieta hija Jiapsy, de la que tras la presentación, sin pedirlo, complementa con todo orgullo que el nombre es yoreme y que en idioma yaqui significa “corazón” o “espíritu”.

Lo veo sentado frente a mí sin darse reposo: es el profesor que habla, explica, manotea, se detiene en la precisión del dato; luego de repente, vuelve sobre sus palabras, gesticula y fija la mirada para comprobar que el mensaje se recibió.

De manera inconsciente, a cada momento vuelve a dominar la escena el maestro del ITSON que Rosendo Arrayales trae consigo: no le interesa darme a entender las entrañas de la lucha por la donación de órganos, sino que parece empeñado en convencerme de que salga corriendo a apuntarme voluntario. O tal vez son ambas las propuestas.

Está feliz porque llega el aniversario de la donación de órganos y le acaban de avisar que el rector Heriberto Grijalva Monteverde mostró interés inusitado en su última propuesta, de manera que decidió apoyarla con todo el empuje institucional de la Universidad de Sonora.

Lo veo a detalle: me parece poco creíble que perteneciendo a la generación equis, mi interlocutor prorrumpa con tal vitalidad, y menos verosímil, que posea tanta generosidad que lo entusiasme hasta el contagio, porque parece gritarle a todo mundo y a cada momento, que la vida sólo es oportunidad para servir. Lo veo de nuevo, y otra vez, para confirmarlo y es cierto. Luz del Carmen parece mirar al nuevo Mesías.

Por eso es que me pasó como un rayo el comentario de que en los próximos días, la friolera de más de treinta mil personas que hacen la comunidad de la UNISON, entre las que están alumnos, empleados administrativos y docentes, recibirán sus nuevas credenciales a las que se agregará la pregunta de si aceptan o no ser donadores voluntarios de órganos.

La tarea que Rosendo Arrayales se ha autoimpuesto no es menor, se trata de que la aceptación ciudadana para la donación de órganos explícita en cada credencial, signifique por sí misma una campaña permanente y prácticamente generalizada al estado de Sonora. Es una lucha larga de la que ahora vive el capítulo más reciente.

Hay un doble reto: por un lado la carencia crónicamente reconocida de donadores, y por el otro, el crecimiento exponencial de las personas necesitadas de órganos que engruesan las listas de espera de órganos en donación.

El panorama es triste y no da tiempos para pausas ni titubeos: a la sapiencia de los médicos es imprescindible acercar los elementos que les permitan seguir construyendo milagros.

En confianza sabremos que los afanes de Rosendo no paran ni terminan con la UNISON; pica y pica piedra, pues espera la respuesta de la Universidad Lasalle, de la Universidad Vizcaya de las Américas y de otras que no menciona. En unos días irá a la Universidad Autónoma de Baja California a presentar esa su propuesta, la que tiende a favorecer la donación de órganos mediante las credenciales universitarias.

Nadie es profeta en su tierra: el ITSON, el Alma Máter de Rosendo Arrayales, el ente académico por excelencia en el sur de Sonora, aún espera que los arduos debates de sus espacios académicos y administrativos, diriman las ventajas de aceptar el extraordinario beneficio social que implica portar la leyenda de la donación voluntaria de órganos. Yo, confío que no tarden en aceptar la noble propuesta nacida del catedrático que pertenece al claustro.

Encuentro a Rosendo libre de protagonismos y aplicado en su lucha social. Él dice que todo sus esfuerzos los dedica a la sociedad, pero muy especialmente a las personas que se hallan en la difícil situación de esperar un órgano para poder seguir viviendo o mejorar su calidad de vida…

Platicamos después de asuntos no menos complejos: de la vida futura que espera a los agentes sociales de cambio que dan todo y se olvidan de sí; de las frecuentes invitaciones que llegan de sitios alejados en el país o del extranjero y que deben declinarse porque implican gastos que sin apoyo institucional es imposible sortear; de la enorme carencia de luchadores sociales que tiene nuestra tierra, a la que Dios mira de soslayo. Para entonces, La Jiapsy dormía plácidamente.

Así nos fuimos, charlando y acercando las zancadas al destino…, y la tarde apagó el sol cuando era hora de salir en fuga a buscar la parada del camión que pasa cerca de casa.

Jesús Noriega

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